Otro 8 de marzo, un Día Internacional de la
Mujer que sorprende a chilenos y chilenas en estado de Duelo Nacional en señal
de respeto por el fallecimiento del Presidente de Venezuela, Hugo Chávez.
La legislación chilena establece que entre las
medidas que deben tomarse si se decreta Duelo Nacional, está la suspensión de
los actos y ceremonias públicas que revistan carácter de festejo. Cuando el
actual Ministro del Interior realizó el anuncio de estos tres días de duelo,
señaló que en el Día Internacional de la Mujer, ninguna ceremonia ni acto
programados para tal ocasión, tenían características de celebración, por lo
cual podrían llevarse a cabo.
Posiblemente el ministro no estaba totalmente
conciente de cuanto de razón tenían sus palabras, porque hace alrededor de un
centenar de años que este día aparece en el calendario mundial, y aún hay muy pocos
motivos para celebrar.
Es que la vida de las mujeres está aún
inconscientemente regida por patrones de conducta, tradiciones y costumbres que
van cercenando sus derechos y colocándolas en el lugar de víctimas de las
diversas formas de violencia existentes.
Más allá del sadismo, del abuso de lo mas débil
y otras sociopatías, la violencia contra las mujeres tiene considerable parte
de su origen, en la idea de que las mujeres son propiedad de los hombres, de un
modo muy similar a como son propietarios de bienes muebles e inmuebles, ganado y
otras posesiones.
Las múltiples formas de maltrato hacia las
mujeres, está enraizado en los supuestos religiosos patriarcales básicos sobre
el estatus subordinado de las mujeres, y viene a ser una conclusión lógica de
esa forma de pensamiento.
La ley patriarcal comenzó negando a las
mujeres un estatus civil autónomo. No tenían derecho a representarse a sí
mismas políticamente como personas legales. La hija o esposa eran propiedad del
padre o del esposo. El estatus de las mujeres estaba asimilado junto al de los
infantes y esclavos como dependientes y propiedad-de. Eran personas sin derecho
a afirmar su voluntad, y sujetas bajo el yugo de la obediencia y servicio a sus
“señores”.
El termino señor se empleaba simultáneamente
para Dios como señor del universo, para la aristocracia como señores de las
clases bajas y finalmente para el cabeza de familia, hombre, como señor de la
esposa, hijos, hijas y sirvientes.
La metáfora del apóstol Pablo, tan frecuentemente repetida,
de que la mujer no tiene cabeza propia sino que su esposo es su cabeza, así
como ella es el cuerpo de él, resume el estatus de subyugación de las mujeres
que lamentablemente ha penetrado en todo el tejido social.
La condición legal de las mujeres se
justificó en el cristianismo clásico con una complicada teoría sobre la
naturaleza inferior de ellas. En la edad media, la teología recogió de la
biología de Aristóteles que las mujeres son una especie biológica inferior. Por
tanto, sólo los hombres contribuían a la formación de la criatura en la
procreación, mientras que las mujeres solamente servían de incubadoras, haciéndola crecer dentro de su
cuerpo. De este modo, cada varón podía reproducir una imagen perfecta de su hechura,
salvo cuando el principio genético inferior, representado por la madre, ganaba
dominancia sobre el superior que provenía del padre, y nacía un “varón
malformado, imperfecto”, es decir, una mujer, que era por naturaleza, inferior tanto
en su capacidad física, como en el pensamiento y en la voluntad.
Agustín de Hipona, uno de los considerados
padres de la iglesia, ya había expresado
teológicamente esto, sosteniendo que las mujeres “no tenían imagen de Dios”.
A esta idea sobre la naturaleza deficiente de
las mujeres en el orden de la creación, la teología cristiana añadió la idea de
que el primer ser humano de sexo femenino, era la principal responsable por el
pecado. Y, aunque las historias originales del Génesis sugieren la co-creación
del hombre y la mujer, y su co-responsabilidad por el pecado, en el Nuevo
Testamento, ambos conceptos están
claramente desviados en contra de Eva.
La primera carta de Timoteo dice: “No permito
a las mujeres enseñar o tener autoridad sobre los varones. Ellas deben
permanecer en silencio. Porque Adán fue creado primero y después Eva. Y no fue
Adán quien fue engañado. Fue la mujer engañada y la que rompió la ley de Dios.”
(1 Timoteo 2:12-14)
El cristianismo patriarcal adoptó esta lectura,
así, a Eva se le adjudicó la culpabilidad de causar todo el conjunto del mal
histórico en el mundo
Es importante tomar conciencia de que todo este
maltrato teológico hacia las mujeres traspasó las fronteras de lo religioso y
no solo tomó la forma de la privación de sus derechos legales y la exclusión o
limitación de la educación teórica y profesional y de roles de liderazgo, sino
también tomó la forma de justificación de la violencia física.
Sucedía, y todavía sucede en las familias con
rasgos patriarcales, que los padres se sienten con ciertos derechos para
golpear a sus hijos e hijas, y si en sus inconcientes está plasmada la imagen
de que las mujeres son seres dependientes y con escasa autonomía, semejantes a
niños y niñas, entonces subyace la idea de que, "naturalmente", las
mujeres deben someterse a los hombres, obedecerlos y "respetarlos" en
el sentido más servil, y por ende como “señores”, tienen el absoluto derecho a
"corregirlas" recurriendo a todo tipo de medidas, incluidos los
golpes, del mismo modo que tienen derecho a golpear a su perro, a su caballo o a sus hijos e hijas. Y
lo peor de todo es que las propias mujeres tanto las que participan activamente
del hecho religioso, como las que no son cercanas a éste pero viven de igual
forma en un mundo marcado a fuego por el patriarcado, aceptan una o varias
formas de maltrato y opresión como parte de la “normalidad” de su existencia,
sin tomar conciencia de que se las está privando de su dignidad plena como
personas y sujetos de derecho.
¿Cómo logra liberarse de la opresión
religiosa una persona a quien se le ha dicho desde su más tierna infancia que surgió
de la costilla del primer ser humano de sexo masculino; que fue una, de su propio
sexo, quien le causó a la raza humana la desgracia de perder el paraíso; que es
susceptible de ser objeto de intercambio como lo fueron las hijas de Lot, y que
está muy bien representada en la desobediente mujer de ese mismo patriarca, o en
la esclava Agar cuya existencia debía girar en torno a servir a Abraham hasta
el extremo de parir un hijo para él, para su propiedad, aunque fuese producto
de una violación; que no debe siquiera hablar en los espacios públicos, como
sentencian algunos textos atribuidos al apóstol Pablo en sus epístolas, porque
ha heredado de Eva el ser seductora, malvada y peligrosa según todo tipo de “santos”,
y que sólo puede llegar a “ser buena” si renuncia al placer sexual (y a todo
tipo de placeres) y a su libertad, como se supone que lo hicieron María, la madre
de Jesús y María Magdalena?
Los símbolos religiosos que sacralizan la
abnegación y el sufrimiento de las mujeres, imponen y refuerzan la desigualdad.
La violencia religiosa está presente en la vida diaria de las mujeres a través
de mitos que impulsan la opresión sexual, la maternidad como única opción de
vida y la sumisión a los hombres. Para abortar este tipo de violencia, hay que aceptar
que somos víctimas de ella. Luego, visibilizarla y denunciarla, y como tercer
paso, examinar, juzgar y rechazar los mitos y símbolos religiosos que
contribuyen a mantenernos oprimidas, y a la vez pensar, construir y compartir nuevos
símbolos liberadores que representen una espiritualidad libertaria.
Pareciera ser que el cristianismo contiene en
sí mismo, semillas de una teoría alternativa, una teoría de liberación,
igualdad y dignidad para todas las personas. Descubrirlas, cultivarlas y
sembrarlas en otras y otros, es responsabilidad de quienes tenemos la alegría
de vislumbrar que otras formas de espiritualidades son posibles.. Sólo así podremos
vivir esperanzadas, en que los futuros 8 de marzo puedan llegar a ser un
espacio de celebración donde festejaremos la justicia, la igualdad y la libertad de todos y especialmente, de TODAS.
Algún día, otro 8 de marzo será posible.
Carmen Gloria Rodríguez Ibarra
Colectivo Agar